Thursday, July 2, 2009

Hay un poco de Michael Jackson en cada uno de nosotros.



Michael Jackson, la estrella universal, el mito musical del siglo XX, ha muerto.

En el panteón de los inmortales, tendrá su sitio al lado de Elvis Presley, Marilyn Monroe y James Dean, en el sitial de los devorados por los medicamentos y la soledad.

Más conocido por Sala 8.

Michael Jackson fue una contradicción viviente.

Tuvo una relación muy compleja con la negritud.

Que no es lo mismo que tener complejo de negro.

Digamos que le fue difícil asumir su físico.

Pero siempre mostró una gran fidelidad a su raza.

El show-man Michael Jackson se elevaba sobre el espacio, levitando un baile que tiene cinquenta años de avance sobre nuestro tiempo.

Como si allá arriba, lejos de todo contacto terrenal, el niño que fue pudiera escapar a los golpes de su padre y a la incomprensión de su madre.

Se elevó tanto, que se acercó al sol, y se le quemaron las alas.

Su vida compleja, llena de sufrimientos y desvaríos, no contará para nada.

Lo que sobrevivirá es el recuerdo de una figura eléctrica, efervescente, a medio camino entre una Coca
Cola y un bill de FPL, que le trasmitió una energía formidable a la juventud mundial.

Se va casi joven, su físico parecía tener veinte años; su cuerpo, la fragilidad de un anciano.

En el momento de su muerte debía más de 500 millones de dólares.

Una deuda que pensaba pagar con su nueva gira mundial.

Michael sabía que hacer diez conciertos seguidos en Londres era misión casi imposible para su cuerpo.

Llevaba doce años sin subir a escena, se alimentaba mal, no dormía y se hartaba de medicamentos para inventarse el alivio.

Pero su vida era actuar, la nueva gira lo tenía más enfermo que de costumbre.

El público era su razón de ser, además le hacía falta el dinero, porque tenía tres hijos.

Finalmente firmó por cincuenta conciertos.

El primero que sabía que 50 conciertos era imposible era él mismo.

Sin embargo no tenía derecho al error, no podía aplazar, ni cancelar.

Sólo la muerte podría salvarlo de la humillación de no poder actuar como antes.

Sólo la muerte podría salvar a sus hijos del pago de la deuda.

Quizás era eso lo único que le importaba: salvar a sus hijos.

Es el lado humano del mito.

La deuda la pagará el seguro, o los productores, o quizás la familia Jackson, esto está sólo comenzando.

Lo que está determinado hace tiempo es que el recuerdo de Michael Jackson está inmortalizado en la historia de la humanidad.

Un prodigio musical y escénico, que puso de rodillas varias generaciones en las cuatro esquinas del mundo, es sólo comparable con los excepcionales.

El que se va es el Mozart, el Leonardo, el Van Gogh de la escena del siglo XX.

Llegará al cielo estropeado por tantos años difíciles, si quieren darle gusto, búsquenle un joven masajista que lo relaje en una nube.

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