Tuesday, June 1, 2010

YO TENGO UN SUEÑO


Después de « La noche de Eva », de Yvonne Lopez Arenal, se vienen tres vaudevilles consecutivos: « Una arriba, una abajo y otra adentro », con Adrián Más; « Sé infiel y no mires con quién », con Víctor Cámara; y “Un amante a la medida”, con William Levy.

De una parte, las fotos de “La noche de Eva” revelan un espectáculo de arte, sublime en su factura, con un texto de alto vuelo y una actuación en el registro de las grandes referencias de la literatura dramática.

De otra parte, la identidad visual y las campañas de comunicación de los otros espectáculos reflejan que las intenciones comerciales de sus productores son más importantes que sus pretensiones artísticas.

“La noche de Eva” fue estrenada con éxito en TEMS, una de nuestras más pequeñas y acogedoras salas, a teatro casi lleno (unos sesenta espectadores); las otras obras han sido pactadas en teatros grandes, cuya programación depende generalmente de lo que le traigan los clientes que los alquilan, si alguna función vende sesenta tickets, será considerada un fracaso.

Si TEMS se esmera en proponer una programación coherente, que priorice lo artístico sin hacer concesiones al facilismo, no es menos cierto que el teatro está obligado a concebir producciones que generen dinero.

Los otros teatros, más impersonales en cuanto a la coherencia de sus respectivas programaciones, ofrecen, sin embargo, la posibilidad de ganancias importantes, por el mero hecho de poseer muchos más asientos.

He ahí un interesante intríngulis.

Por lo que es de las tres comedias, se ve que la producción ha hecho hincapié en buscar una cabeza de afiche, una sala grande y una presencia publicitaria fuerte.

En el afiche de “Una arriba, una abajo y otra adentro” no aparece ni el crédito del director de la obra.

Por lo que es de “Un amante a la medida”, si usted busca en el sitio internet del teatro no encontrará ni el afiche, lo que le saltará a la vista son los precios de los tickets (los que hay disponibles oscilan entre $64 y $104).

En lo que concierne a “Sé infiel y no mires con quién”, debe tratarse de una traducción al español de "Move over Mrs. Markham", de Ray Cooney y John Chapman, una comedia de los años setenta, que alguna vez rompió los records de taquilla para una obra de teatro en España; se sabe que en Miami los detalles que conciernen los traductores, las traducciones y por ende los derechos de autor son un tema tabú.

Lo cierto es que la escena de Miami no es de nadie, está abierta a cualquier creador, a cualquier intérprete, a cualquier mecenas que apueste por el teatro de arte, a cualquier productor que apunte a un teatro más contemporáneo, a cualquier teatrero que se decida por la comedia, y también a cualquier mercader que quiera jugarse sus monedas en el casino del teatro.

Todas estas combinaciones pueden hacerle bien al teatro, en el sentido que harán comprender a los espectadores de diferentes orígenes y sensibilidades, que el teatro es también un lugar de entretenimiento, congregación y/o reflexión, como cualquier cine, iglesia o feria de la ciudad.

Hay directores y actores que no sólo renuncian a trabajar en lo que consideran "comedias de poca monta", sino que les lanzan las piedras del escarnio como escupidas a las cucarachas.

Hay otros que han aceptado trabajos en televisión que no están a la altura de sus pretensiones artísticas, en nombre del ético precepto de ejercicio de su profesión, o por pura necesidad alimenticia.

Existen otros creadores que tienen una absoluta falta de prejuicios hacia la cultura de masas, que son capaces de incursionar en registros diferentes, con discursos desemejantes.

Cada creador es libre de hacer lo que quiera, y de secarse el sudor con lo que digan los otros, incluyendo, por supuesto, estas líneas, lo importante es producir para el teatro.

En las tres obras anteriores se ve una tácita estrategia de mercado que consiste a traer actores conocidos de la televisión para producir un teatro rentable.

A priori, la idea es buena, sobre todo en un Miami donde la televisión local no es la mejor del mundo, pero atrae la atención de cientos de miles de personas.

En Miami la televisión se desarrolla paralelamente al teatro, es decir, manipula el mismo material semántico: la descripción o, mejor dicho, la representación de las acciones de los hombres, de su destino, de su naturaleza, pero la propia elección del material televisivo está sustancialmente predeterminada por el teatro.

No estoy diciendo que las series televisivas sean teatro en lata, pero son dos medios con conexiones subyacentes muy fuertes.

A los defensores integristas del teatro, que hoy maldicen contra estas comedias, quisiera decirles, con mucho respeto, que de la misma manera que un actor que sea bueno en teatro es bueno en televisión (lo contrario no es tan evidente), el teatro se beneficia con la venida de actores de la televisión.

Y no es solamente por una cuestión de actores famosos que atraen público y crítica, sino por una razón elemental de ventilación de un medio que no puede mantenerse cerrado, porque el fenómeno del gueto lo acecha a cada producción.

Es absurdo indignarse por las posibles degradaciones que este tipo de obras pueda hacerle a nuestro teatro de arte, o a nuestra escena en general.

Por muy aproximativas que sean estas adaptaciones, por mucho que dejen que desear sus puestas en escena, o el título escogido (convengamos en que “Una arriba, una abajo y otra adentro”, pudo haber sido un poco más fino), no pueden dañar al original en la estimación de la minoría que lo conoce y aprecia.

El resto de los espectadores tendrá dos alternativas: o se contenta con divertirse con la obra, que vale ciertamente lo que cualquier otra adaptación comercial de esas que se ven todos los años en la mayoría de los teatros del mundo, o tendrán deseos de ver más y entonces terminarán yendo a otros teatros.


El teatro es un lenguaje heterogéneo porque emplea múltiples materias expresivas y por la pluralidad de códigos que intervienen en su puesta en escena.

Cualquier tipo de teatro puede ser válido, condenarlo a priori, sólo porque no nos gusta su título o su campaña de comunicación es un apriorismo, un prejuicio snobista, o peor, una pose envidiosa.

Señores productores, compañeros mecenas, camaradas mercaderes, no duden un segundo en venir a invertir en este medio, que es maravilloso y que puede reportarles placer, fama y dinero.

Lo peor que podría pasarles es que Antonio Orlando Rodríguez los coja y les aplique una de esas abluciones teatrales que sólo él tiene el secreto, y entonces cada vez que alguien vaya a googlearlos se encuentre con esa mancha en vuestro expediente.

Pero si ese detalle no mella vuestra vanidad, láncense sin problemas; fuera de eso, hasta el riesgo de perder dinero es irrisorio.

Yo tengo un sueño: que “La noche de Eva” se presente una temporada (después de haber triunfado en TEMS), en un teatro grande de la ciudad, con una gran Miriam Bermúdez convertida en cabeza de afiche, y que después salga de gira por los Estados Unidos, América Latina y España.

Así nos alejaríamos definitivamente de esos dos extremos que acechan nuestro teatro a cada temporada: convertirse en un teatro prostituta o en un teatro solterón.