Monday, October 19, 2009

“Chamaco”: La novísima dramaturgia cubana planta bandera en Miami a ritmo de teatro repleto y standing ovation.


Da gusto ver un teatro repleto, aplaudiendo de pie unos actores que se lo jugaron todo a una sola carta, y que al final salieron engrandecidos, porque lo que no te mata te hace más fuerte.

Qué lejos está “Chamaco” de un teatro convencional, un teatro facilista, monotemático, profundamente burgués y poco riguroso, un teatro sin swing que pena por cualquier ciudad como un fantasma.

“Chamaco” es un tsunami silencioso y devastador, que acontece una vez por semana en Miami, convocando un par de centenas de espectadores que se la pasan con el impulso torvo y la pupila insomne.

“Chamaco” inquieta y seduce, cuestiona y denuncia, apunta y dispara y es el público de Miami quien cae a sus pies, agradecido.

El espectáculo es un éxito por vías naturales, o sea, por el imperfecto y doloroso camino de la concepción, sin anestésicos ni eufemismos.

Dice un axioma de esta profesión que quien pueda explicar el éxito de un espectáculo es capaz de repetirlo, yo creo que no hay fórmula para el éxito en teatro, porque un creador que vaya “al seguro” exime de su juego el riesgo y la sospecha, que son los componentes principales del hechizo.

No creo en las fórmulas, por innegables; ni en el azar, por etéreo; ni en el estilo porque es el plagio de uno mismo.

Creo en el ruido de la música que es un poco el encanto de “Chamaco”: una mezcla de bulla y concordancia, un sortilegio imperfecto, profundamente humano.

La imperfección que primero salta a la vista es el desbalance en el casting a nivel del fraseo y la entonación.

Si la dicción de Juan David Ferrer es justa, sin dejar de ser cubana, otros actores se aventuran en “cubaneos” disonantes, olvidando que el que habla en escena como en la calle desentona tanto como el que habla en la calle como si estuviera en escena.

Jóvenes actores: recuerden que en teatro no se trata de ser verdaderos sino verosímiles.

No soy partidario del ambiguo concepto de “acento neutro”, cuando éste busca parecerse a cierta nacionalidad, soy un defensor de la lengua castellana, que debe ser escrita y pronunciada con todas sus letras, lo que constituye el mayor enemigo del actor cubano.

En teatro no se grita, proyectar de golpe un transfer de resonadores hacia lo más alto de la cabeza puede dar un resultado sonoro más eficaz que un grito.

Lo más difícil para estos jóvenes actores es lidiar en una escena con el fraseo de Juan David, que les envía señales en una frecuencia completamente diferente a la que ellos están trasmitiendo, lo que los hace sonar, por momentos, terriblemente aficionados.

Otra imperfección que salta a la vista es toda la parte central de la escena, que es completamente “anti-jeu”, las sombras de los actores que entran por el centro delatan su presencia a contratiempo, robando la atención del público, y rompiendo la ilusión.

Sin embargo, ya la tela de araña de Alberto Sarraín está puesta en escena, y por los huequitos antes mencionados no se escurrirán los corazones del público.

La música, exquisita, es un plano aparte que insufla densidad y misterio a la atmósfera; la dama del parque, fantasmagórica y omnisciente, es un leit motif que cataliza la acción dramática, acentuando el suspenso y preparándonos para lo que vendrá.

El texto ha sido (des)montado en un sistema de gavetas que avanza cambiando los puntos de vista del narrador-actor, cuando esta maquinaria dramatúrgica arranca (unos treinta minutos después del comienzo), el ritmo se acelera, las escenas se suceden trepidantes, la acción se revela como en fuga de la pluma de Melo, que no es el mejor dialoguista del mundo, pero que estructura muy bien y sabe activar, al punto de que la obra carece de tercer acto dramático, pues termina en el clímax.

Al texto le sobra una escena: la del padre, el hijo y la “presencia” de Kárel, que no aporta nada nuevo; unas páginas del principio, donde la acción se dilata y el pulso le tiembla al dramaturgo para adentrarse en la poética del horror, y unas cuantas canciones, que al final rozan la monotonía, subrayando lo que ya se ha comprendido.

Sin embargo, estamos en presencia de un verdadero dramaturgo, de esos que dosifican las grandes tiradas con las escenas colectivas; de los que saben insinuar, de los que denuncian sin ceder a la histeria ni al panfleto; de los que emplazan la poesía lírica paralela a la curva de la intensidad dramática, en una figura cóncava, cerrada, como los muslos de un amante que se desea.

Uno de esos raros poetas escénicos que saben matar sin remordimiento, como el estilete del verdugo que con sus palabras esculpe el silencio.

La trampa bordada por Abel González Melo se traducirá en un universo voluptuoso e intimidante por la mano con varita de Sarraín.

Hacía falta un traductor capaz de transpolar al espacio lo que Melo había escrito en el papel, un lobo de mar del teatro que llevara el navío a buen puerto, imponiendo serenidad e imaginación, precisión y magia, y Alberto Sarraín se reveló el hombre de la situación.

Alberto Sarraín planta una puesta a la altura de cualquier escena nacional de Europa, de cualquier teatro de Broadway, brega con una escenografía a medio camino entre la grandilocuencia del teatro de gran formato y la exigüidad de espacios que evocan el enclaustramiento de personajes que parecen vivir en apnea.

Seguramente se le acabó el tiempo y no pudo dirigir mejor a sus actores más jóvenes, estoy seguro que sacará más matices a Tamara Melián y a Lian Cenzano en los días que vendrán, porque un director es un pedagogo, que siempre puede decirnos más sobre la materia que ha creado.

Si actuar es comprender, dirigir es traducir.

Alberto Sarraín triunfa con “Chamaco” gracias a su profundo trabajo de traducción del texto de Melo, y se sabe que no traduce bien quien no es capaz de crear lo que traduce.

Adrián Más surgirá de ninguna parte en la piel de un Karel Darín, protagonista por la ley de la dramaturgia que dice que un protagonista es aquel personaje que vive más conflicto.

Para este humilde servidor, el verdadero protagonista (en el sentido griego de actor jefe) del espectáculo es Juan David Ferrer, que dicta el tempo de la obra, utilizando todo lo que no se ve (silencios, transiciones, cambios de ritmos) y actuando de pívot en muchos momentos claves del espectáculo.

De sus enfrentamientos con Juan David Ferrer, Adrián Más saldrá airoso, un ojo experto pudiera calcular sus años de training como mimo y actor; su voz particular caracteriza un joven habanero, a la deriva entre su profesión de “pinguero” ajedrecista, su vocación de delincuente mediocre y su necesidad de encontrar en qué o en quién creer.

Algunas de las escenas de combate sonaron falsas, con patadas en el piso y gruñidos que raspaban el “ham acting”, sin embargo, hay muchos momentos en que los cuerpos se zafan de sus amarras interiores y se ponen a flotar en el espacio.

Juan David Ferrer y Adrián Más funden sus burbujas sin tirones, produciendo sutiles efectos de actualización, donde se grafica una pared a la que están recostados, se sugiere una sensación y hasta se descompone una acción física para trufarla de sentimiento(s).

Expectación general: cada espectador vive su homosexualidad a su manera, compartiéndola con la de los personajes que, a su manera, viven su espectador.

Personalmente, viví mi homosexualidad con el travesti La Paco, lo deseé, fantaseé con sus muslos y me introduje en su universo por el hueco de su boca.

Reconocí en Orlando Casín a muchos “viejos maricones” de mi vida, me reí como todo el mundo con su vis cómica excepcional, y comprendí que el experimentado actor fue mucho más eficaz cuando no enseñó su abanico de plumas.

El policía de Lyduán González tuvo momentos brillantes y otros de sobreactuación, muchos más los primeros que los segundos, en los momentos en que escondió su violencia lució mucho más violento.

Y es que el actor que esconde obliga al espectador a fantasear la información que falta.

A parte de quién uno es, de dónde viene, qué es lo que quiere, cuál es el medio para obtenerlo y sus obstáculos, un actor tiene que tener bien claro lo que esconde, y en los momentos en que Lyduán “cubanea”, caricaturiza.

Joven intérprete de excelente dicción, presencia y desplazamientos escénicos, Lyduán González aprenderá muy pronto a contener sus bríos, y enfrentará los roles que sus posibilidades le permiten ambicionar, a condición de que no olvide que el actor se proyecta en el espacio en forma de escritura escénica, y quien sobreactúa gestualmente comete un solecismo con el cuerpo.

Tamara Melián lució muy bien en la escena donde llega a la casa de Adrián Más, colocando su voz con precisión y entregando su cuerpo menudo, mientras sus cabellos negros se fundían con la humanidad de Más (con mayúscula), dándole plasticidad al momento.

El éxito de “Chamaco” prolongado durante varias semanas, su elevado porcentaje de concurrencia por noche, su alto nivel artístico, lo convierten en un espectáculo de referencia en este principio de temporada.

“Chamaco” es un poema dramático sobre la Cuba de hoy, tratado con una dimensión universal y bajo un ángulo inusitado.

Hay muy pocas cosas en la vida por las que vale la pena prostituirse por $30, cosas que te ponen el anhelo sagrado y te hacen dormir con el párpado abierto, “Chamaco” es una de ellas.

No comments:

Post a Comment